En un ambiente decente

Miradas
19 Enero

Juan Ignacio Eyzaguirre, publicó en La Tercera la columna de opinión “En un ambiente decente” en la que analiza y reflexiona sobre un tema que se ha tomado la agenda empresarial global: la responsabilidad ambiental y la batalla corporativa contra el cambio climático.

A continuación, la columna completa:

Muerte en la horca fue la sentencia judicial para John Brown. El incansable abolicionista, tras incitar una insurrección de esclavos en Virginia, fue el primer condenado a muerte por traicionar a la patria en la historia de Estados Unidos. Lo paradójico es que, en menos de un año, en el mismo país, Abraham Lincoln ganaría la elección presidencial que desencadenó la guerra civil de 1861. John Brown tuvo la mala suerte de cruzarse con su destino justo antes de un súbito cambio de paradigma sobre la esclavitud.

El filósofo Thomas Kuhn, en su libro The Structure of Scientific Revolutions, estudió la dinámica de cambios de paradigmas, y propuso que suceden muy lentamente, ya que desde un paradigma siempre se juzga como errónea su alternativa (inconmensurabilidad). Sin embargo, la fuerte resistencia al cambio sufre un punto de quiebre y, de súbito, el nuevo paradigma bruscamente desplaza al anterior. El mundo empresarial no está ajeno a este fenómeno. Las tabacaleras dan cuenta cómo su suerte cambió vertiginosamente, pasando de atractivas compañías a ser presentados como parias.

Ahora llegó la hora de la responsabilidad ambiental. La batalla corporativa contra el cambio climático se ha tomado la agenda global. Cientos de empresas se han agolpado anunciando sus compromisos con el planeta. La arremetida del nuevo paradigma climático se da en todos los frentes: legal, financiero, comercial y popular. El fenómeno cruza todo el espectro empresarial, abarcando, por ejemplo, a grandes empresas multinacionales de la industria de los combustibles fósiles, que incluso han sido demandadas en La Haya porque serían “un peligro para la humanidad”. Lo que se les pretende exigir comprometería un cambio radical en toda su operación, pues deberían reducir sus emisiones en un 50% a 2030 y a 0% en 2050. Si bien las empresas argumentan que el Acuerdo Climático de París compromete a países, no compañías, hemos visto también a varias de ellas asumiendo el desafío y anunciando relevantes inversiones en energías renovables.

Recientemente, uno de los principales fondos de pensiones australiano concedió una derrota legal en la acusación de un joven de 23 años por no proteger sus ahorros del riesgo de cambio climático al no incluir criterios ambientales en su política de inversión. Un mero ejemplo de cómo los capitales comprometidos con el cambio climático han pasado de un pequeño nicho a ingentes magnitudes, reduciendo el costo de capital e incrementando las valorizaciones de empresas identificadas con la transición energética. Ya aparecieron inversionistas activistas que generan retornos tomando posiciones cortas en empresas que acusan de “greenwashing”, tildando de engañosos sus compromisos ambientales.

Blackrock, State Street y Vanguard, los tres gigantes administradores de billones de dólares, han amenazado votar en contra las propuestas de gerentes y directorios que no estén alineadas con compromisos ambientales y sociales. En esta marea de capitales verdes, incluso el Banco Central Europeo anunció que excluiría los bonos de empresas “sucias” en la inyección de capital de su política monetaria. Cada vez es mayor la prevalencia de indicadores ambientales en las licitaciones comerciales, pues muchos gerentes generales han comprometido reducir las emisiones totales de sus productos, lo que implica que la cadena de valor completa debe modificar sus prácticas. Finalmente, la reputación empresarial también ha jugado un rol relevante. La reciente renuncia del CEO de la gigante minera Río Tinto por no respetar ruinas aborígenes, es una señal de las consecuencias a faltas de diligencia en el cuidado medioambiental.

Por décadas gobernantes han acumulado fracaso tras fracaso al intentar reducir las externalidades negativas de la contaminación. Gran parte de este súbito compromiso por el planeta se explica en la convicción de que el mundo empresarial, bajo una acción coordinada, es capaz de mejorar las reglas del juego cuando el sistema político falla en hacerlo. La ventaja en costos de ignorar el daño ambiental deja de serlo cuando hay una presión coordinada de clientes, inversionistas, pares y público usando cuanta herramienta haya disponible.

Milton Friedman no estaba equivocado, solo requería una pequeña corrección. El rol empresarial debiese ser maximizar las utilidades cumpliendo las reglas, y si las reglas impuestas no son suficientes, una acción coordinada puede suplirlo. En palabras simples, todas las empresas deben buscar hacerse de una ganancia decente, decentemente.

 

La Tercera, 16 de enero de 2021. Columna completa acá.

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