Inteligencia artificial: ¿amenaza u oportunidad?

Miradas
03 Mayo

Últimamente, la incursión por parte del mundo corporativo en el desarrollo de herramientas basadas en inteligencia artificial llena titulares en todas las latitudes. Recientemente nos enteramos del lanzamiento de Bedrock, plataforma para la estructuración y el escalamiento de aplicaciones asentadas en inteligencia artificial, por parte de Amazon. Al día siguiente la prensa se refería a la intención de Elon Musk de lanzar su propia iniciativa en el mismo campo, después de haber abogado por hacer una pausa colectiva en tales esfuerzos por preocupaciones relacionadas con la seguridad global. Estos dos anuncios recientes se suman a las crecientes inyecciones de recursos que Microsoft ha hecho en OpenAI, la desarrolladora del chatbot ChatGPT y del generador de imágenes DALL-E, y al lanzamiento de Bard, herramienta propietaria de Alphabet/Google. Muchos ven en la inteligencia artificial una amenaza para la continuidad de determinados puestos de trabajo. Lo cierto es que lejos de poner en riesgo la prosperidad de la fuerza laboral, la inteligencia artificial se presenta como una gran oportunidad para acelerar la solución a muchos de los desafíos que enfrentamos los seres humanos.

La historia del trabajo, en particular desde la Revolución Industrial, ha tratado acerca del reemplazo de ciertas funciones originalmente ejecutadas por personas, para ser hechas por máquinas. Tareas manuales y repetitivas eran entonces susceptibles de ser automatizadas, con un aumento dramático de su eficiencia. Hoy, lo mismo está ocurriendo con la replicabilidad de trabajos más complejos como el reconocimiento del lenguaje e incluso la escritura. De esta forma, las máquinas (o, en este caso, los computadores) tendrían la potencialidad de reemplazar ya no solo los cuerpos de los trabajadores sino sus mentes. Pero el solo uso del término “reemplazo” es reflejo de que la automatización sería vista como un juego de suma cero donde solo puede haber un ganador: el hombre o la máquina. Esta es una conceptualización equivocada y engañosa pues el reemplazo asume que personas y computadores, tienen las mismas habilidades. Pues bien, no las tienen. Los computadores pueden procesar información a altísima (y creciente) velocidad y con gran exactitud. Pero no incorporan la intuición, la emocionalidad o la empatía de que son capaces las personas.

Garry Kasparov es ampliamente reconocido por ser el campeón mundial de ajedrez más joven de la historia, habiendo alcanzado dicho título a los 22 años en 1985. También es recordado por ser la primera persona que perdió un partido de alta notoriedad en 1997 jugando contra un programa computacional: Deep Blue, desarrollado por IBM. En un artículo publicado en Harvard Business Review, Kasparov relata que en 1998 se enfrentó al búlgaro Veselin Topalov y lo venció 4-0. Un mes después, repetirían el duelo pero esta vez ambos con la ayuda de computadores: la contienda resultó en un empate 3-3. Según el mismo Kasparov explicó, los computadores de ambos maestros eran comparables, pero existía un tercer elemento determinante en el éxito de la colaboración entre el hombre y la máquina: el proceso o el protocolo que rige su interacción. En sus palabras, “un humano débil + máquina + mejores procesos, es superior a un computador fuerte por sí mismo y, más destacable aún, es superior a un humano fuerte + máquina + procesos mediocres”. No por nada hoy existe lo que se conoce como “prompt engineering”, disciplina crecientemente popular orientada a alimentar los algoritmos con indicaciones precisas para obtener de ellos lo que se requiere de forma eficiente.

El complemento entre hombres y computadores tiene la potencialidad de impulsar a la humanidad y llevarla a un nuevo estadio de desarrollo. Algunos lo comparan a la fisión nuclear o a la invención de la imprenta en términos del punto de inflexión que puede generar, pero para esto se requiere invertir en los procesos que permitirán una colaboración adecuada. En un artículo publicado por McKinsey & Company, los autores distinguen entre las compañías que incorporan la inteligencia artificial a su modelo de negocio (“AI-enabled”) y aquellas que usan la tecnología desde una perspectiva oportunista. Éstas últimas serían aquellas cuyos líderes ven la tecnología como una herramienta para mejorar la rentabilidad de determinadas áreas del negocio en el siguiente periodo de reporte financiero. Se trataría de usos puntuales, usualmente no relacionados entre sí, que generan ahorros rápidos y medibles. Esfuerzos de este tipo derivan en mejoras incrementales, en el mejor de los casos, y desaprovechan el potencial de la tecnología disponible. En contraste, las compañías que ven la inteligencia artificial como un habilitador que actúa en toda la organización, de punta a punta, dan inicio a un proceso multiplicador que lleva al negocio a otro nivel. Lo anterior requiere adaptar los procesos para capturar datos provenientes de todas las tareas que se ejecutan al interior del negocio, y poner en marcha sistemas que permitan una retroalimentación continua de cara a generar aprendizaje e inteligencia.

En un mundo volátil que enfrenta una multiplicidad de desafíos complejos, la mejora incremental será insuficiente. Es necesario impulsar cambios que nos ayuden a avanzar a una velocidad diferente. El desarrollo tecnológico ha dado a toda la humanidad una prosperidad que hace pocos años era insospechada. La inteligencia artificial y su complemento con las habilidades de las personas, puede ser la manera de cerrar las dolorosas brechas de productividad que arrastramos e impulsar el progreso que todos anhelan.

Diego Bacigalupo

Gerente de Desarrollo de Quiñenco S. A.

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