Los precios aumentan a una velocidad no vista en décadas. A ese fenómeno lo llamamos “inflación” y afecta a todos, pero más a quienes mensualmente gastan todo su ingreso o recurren a créditos para solventar sus gastos. Cuando los precios suben y los ingresos no, cae el poder adquisitivo. Y si el presupuesto ya es ajustado, se traduce en duras carencias. La inflación es, por tanto, un mazo que golpea especialmente a los más vulnerables, e intentar controlarla es una obligación ética y social.
¿Por qué suben los precios? ¿Estamos ante un escenario de hiperinflación?
Partamos descartando esto último. Aun cuando en el corto plazo no volvamos a ver una inflación como la que acostumbrábamos, de 3% en 12-24 meses, y sabiendo que los procesos de alta inflación van creciendo casi imperceptiblemente, es posible afirmar que estamos lejos de ver los precios duplicándose en menos de un mes, como ocurrió en la Europa post segunda guerra, o en crisis latinoamericanas más recientes en Venezuela, Argentina, Perú o Bolivia.
Aunque en Chile el aumento de más de 700% en los precios que vivimos en la primera mitad de los 70 torna algo burda la preocupación por el actual 7,7%, estamos viviendo la mayor alza de precios desde la crisis subprime en 2008, lo que nos lleva a alcanzar, aunque transitoriamente, un nivel cercano a dos dígitos que no veíamos desde la primera mitad de los 90.
¿Cuáles son las causas? Hay, básicamente, dos asociadas a la pandemia:
- Limites en la oferta: las restricciones decretadas por autoridades para contener la pandemia tienen un efecto dominó en la producción y distribución de bienes y servicios a nivel global. Las fábricas no operaron a plena capacidad; la logística y el transporte se vieron abrumados (basta ver las colas de buques frente a los principales puertos internacionales); las cadenas de insumos no han funcionado adecuadamente (como en la industria automotriz, donde la falta de chips provocó escasez de vehículos nuevos, empujando el precio de los usados); y los trabajadores se han visto limitados para buscar libremente oportunidades para hacer frente a la estrechez, entre otros.
- Cambios en la demanda: los recursos que se inyectaron para apoyar a las familias, como el Ingreso Familiar de Emergencia y la ley de Protección del Empleo, y el desahorro de los retiros de los fondos de pensión, incrementaron el nivel de liquidez y la capacidad de consumo, lo que, enfrentado al problema de oferta, lleva al aumento generalizado de precios.
Es razonable esperar, como han insistido autoridades a nivel mundial, que estos efectos sean transitorios. Si este fuera el caso, se revertiría la preocupación por detener los aumentos de precio, pero hay elementos más permanentes que aportan incertidumbre, especialmente en productos esenciales para la vida cotidiana, como el combustible o los alimentos. Estos son los principales:
- Cambios en la composición del consumo: la pandemia cambió las actividades y productos que las familias compran, moviéndose desde servicios (salidas a restaurantes) a bienes (comida preparada). También cambiaron las preferencias entre bienes (más tecnología, menos corbatas). Desgraciadamente, el traslado de la capacidad productiva entre sectores no es inmediato, especialmente sin certezas de cuánto durará.
- Envejecimiento de la población: el acelerado cambio demográfico también altera la composición del consumo permanentemente, con énfasis en servicios (salud y otros), que no aumentan su eficiencia a la velocidad de los bienes, limitando una potente fuente de reducción de precios histórica.
- Tensiones geopolíticas:la situación en zonas de producción de combustible, como Irán o Ucrania, repercute en su precio. Aunque Chile tiene amortiguadores (MEPCO), un incremento en los costos del petróleo sube costos de producción, y precios de todo tipo de productos y servicios.
- Cambio climático y producción sustentables: la necesaria mayor conciencia ambiental (descarbonización) y eventos climatológicos (sequía, inundaciones), afectan la cantidad ofrecida, sus costos y, finalmente, también los precios.
- Estabilización o retroceso de la globalización: las eficiencias en las cadenas de producción global, que fueron elemento central en la baja inflación mundial durante décadas de apertura comercial incremental, son cada vez menores. Lo que empeora por una cierta desglobalización, ya sea forzada por la pandemia o estratégica ante los riesgos de esta interdependencia.
Todo esto, sin considerar la presión que ejercen los consumidores que, ante expectativas de alzas de precios, anticipan sus compras, presionando precios por el exceso de demanda de productos con oferta limitada.
Entonces, ¿qué pueden hacer los consumidores para enfrentar la presión inflacionaria? Hay algunas medidas que pueden ayudar a alivianar esta situación:
- Medir el poder adquisitivo y ajustar los hábitos de consumo: la inflación golpea en silencio. Sin necesariamente haber sufrido una disminución de los ingresos e incluso cuando nominalmente los ingresos van en aumento, el alza de precios resulta en menor capacidad de pago. Por tanto, es importante analizar el equilibrio financiero de cada familia y hacer los ajustes necesarios para no sobre endeudarse.
- Acotar gastos asociados a créditos: es importante tener clara la proyección de la UF al momento de tomar un crédito, pues al ajustarse por UF, las cuotas aumentarán. Si además si se fijan en tasa variable, el ciclo de aumentos de tasas de interés en que estamos, producto de la inflación, aumentará el costo del financiamiento.
- Invertir los excedentes: quienes tengan dinero disponible deben buscar formas de invertirlo para evitar que pierda su valor con la inflación. Meterlo debajo del colchón o mantenerlo en una cuenta corriente en pesos y sin intereses, es uno de los mayores errores, pues creemos que la plata “sigue intacta” cuando en realidad cada día alcanza para menos. menos
Andrea Tokman
Economista jefe de Quiñenco