La Revista D del portal El Dínamo publicó la siguiente columna del gerente general de Quiñenco, Francisco Pérez Mackenna.
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La profesora de Economía de Harvard Stefanie Stantcheva planteó en el último The Economist que los debates de hoy parecen moldeados por una mentalidad que ve al mundo como una torta fija, donde la ganancia de uno implica la pérdida de otro. Un pensamiento que se llama de “suma cero” y que, según ella, permite entender la política de Estados Unidos.
Algo similar sucede en Chile, donde las campañas presidenciales suelen girar en torno al clivaje desarrollo-igualdad, aunque la ciudadanía distinga la seguridad como principal preocupación y columnistas como Carlos Peña hablen de la necesidad de recuperar un Estado que parece “deformado”. Ejemplo de la recurrente discusión sobre redistribución es la declaración de uno de los autores del programa con que la candidata oficialista se presentó a las primarias: “Nosotros entendemos que, para crecer, primero hay que igualar”, dijo.
El filósofo John Rawls es quizás quien mejor ha definido las razones morales para priorizar la igualdad. Su raciocinio parte de un concepto que llama “el velo de la ignorancia”, con el que nos invita a imaginar qué pasaría si, al diseñar una sociedad justa, no supiéramos qué lugar ocuparemos en ella, y nuestra clase social, talento, género y otras condiciones fueran sorteados.
Según Rawls, una sociedad justa sería aquella en que las únicas desigualdades materiales permitidas serían las que van en beneficio de los más desfavorecidos. La legitimidad del Estado para forzar la igualdad nacería de que ni los deberes naturales ni los que el autor define como obligaciones de solidaridad, requieren consentimiento.
Sin embargo, el experimento del velo de la ignorancia es de suma cero. Es estático, pues asume que los individuos son adversos al riesgo y supone que eligen pensando solo en sí mismos y no en su descendencia; no considera que las reglas que elijamos afectan el crecimiento, la innovación y el bienestar de mañana; y parte de una fotografía congelada de la sociedad, cuando lo que necesitamos es una película. Que preferiríamos: ¿caer en una sociedad de iguales en la Edad Media, previa a los antibióticos o la anestesia y con una esperanza de vida de 30 años, o en una sociedad desigual del siglo XXI pero con la expectativa de vivir 80 años?
El crecimiento económico no es solo una variable técnica, es una cuestión moral. Como dijo Robert Lucas, “una vez que comienzas a pensar en el crecimiento, es difícil pensar en otra cosa”. Una razón de Lucas es que incluso pequeñas diferencias en tasas de crecimiento acumuladas generan enormes avances en la calidad de vida de las personas.
Rawls no ignora el crecimiento, pero lo asume más bien como un telón de fondo. Y si bien abre una puerta a aceptar retribuciones diferenciadas al permitir desigualdades que beneficien a los menos favorecidos, desincentiva la productividad y la innovación al rechazar las que se originan por el mérito, el talento y el esfuerzo.
Una crítica constructiva a Rawls exige actualizar su ideal de equidad, no abandonarlo. ¿Qué pasaría si el “velo de la ignorancia” no sólo ocultara nuestra posición social, sino también el momento histórico en que naciéramos? ¿Preferiríamos una sociedad igualitaria pero estancada, o una desigual, pero en expansión?
Dejando de lado el “color del gato”, Deng Xiaoping apostó por el crecimiento de China como prioridad durante 100 años. Su lógica era simple: primero sacar a millones de la pobreza, luego discutir sobre justicia distributiva. Los resultados están a la vista, aunque en un país sin democracia y con derechos restringidos. ¿Escogería Rawls nacer ahí?